Caminé senderos de dudas y anhelos,
siguiendo los ecos de un sueño tardío,
dejando en el viento promesas y vuelos,
sin ver que la vida se iba de mí.
Guardé en los bolsillos mañanas inciertas,
dejé para luego la luz del destino,
y el tiempo, testigo de horas desiertas,
marcó con sus sombras mi paso cansado.
Fui rey de mis miedos, esclavo del mundo,
juré mil mañanas cambiar mi canción,
más siempre la prisa, el ruido profundo,
silenciaron el grito de mi corazón.
Las puertas abiertas que nunca crucé,
las manos tendidas que nunca tomé,
las risas ausentes, los besos callados,
los sueños marchitos que nunca intenté.
Ahora el reloj, con su danza impasible,
susurra un adiós que suena a final,
y miro mis huellas en un lienzo imposible,
dibujando ausencias en su pedestal.
La muerte no llega con furia o reproche,
es solo un reflejo de aquello que fui,
me mira y me dice con voz de la noche:
"El tiempo perdiste, no llores por mí".